Ella estaba ahí de pie, a unos cuatro metros de mi posición. En sus pequeñas manos una pistola de cañón humeante y a sus pies un cadáver. Su pecho crecía y se achicaba rápidamente y su mirada estaba fija en el cuerpo frente a ella. Su cabello se había desarreglado y había sangre corriendo por su mejilla. La ropa alrededor de su pecho estaba empapada de sangre, también su antebrazo izquierdo. En algún momento del forcejeo el broche de su capa se desprendió, dejando caer a un lado la tela gris, la cual ahora mismo estaba siendo arrastrada por el viento. Su mirada inexpresiva y sus labios temblantes. La última porción de humo fue alejada por voluntad de Eolo y los rayos de Apolo, los cuales aún no estaban del todo teñidos por el atardecer, iluminaron a la chica y a su alrededor. Ante este cambio de ambiente, ella bajó un poco sus manos y levantó lentamente la cabeza para mirar al cielo. La corriente hacía mecer su cabello y el sol resaltaba sus ojos como si fuesen dos joyas.
En ese momento Angelique, rodeada de flores blancas y rojas bajo un tenue color naranja, era la persona más hermosa en toda la Tierra, y solo yo estaba ahí para apreciarla.

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