En un jardín de relojes rotos,
donde las estrellas hacen piruetas,
las mariposas cantan en clave de sol,
y las sombras bailan en corbatas de tul.

Los relojes se derriten en un frenesí,
mientras los cisnes escriben cartas a la luna,
y el viento se enredan en cascadas de hilos,
donde las hojas murmuran secretos sin voz.

Las olas del cielo se arrastran en espirales,
mientras las nubes son sábanas de lana,
y los árboles hacen reverencias a los ratones,
que leen libros de niebla en pantuflas doradas.

Los colores giran en espirales al viento,
con caracoles que juegan al escondite,
y las flores tocan trompetas en la penumbra,
donde el tiempo se desliza en un manto de seda.

Las galletas bailan sobre tapices de jengibre,
mientras los pájaros escriben poesía con plumas de humo,
y los peces se bañan en tintes de aurora,
dibujando constelaciones en la espuma del mar.

Las montañas cantan himnos de papel,
y los ríos fluyen hacia atrás con murmullos de seda,
mientras los relojes enloquecen en círculos,
y el sol juega al escondite entre mariposas.

Los espejos se rompen en carcajadas de cristal,
y los sueños se deslizan por toboganes de plata,
donde los gatos juegan al ajedrez con ratones,
y los camaleones cuentan cuentos en la oscuridad.

El jardín de los sueños fluidos nunca duerme,
y las estrellas cantan en coros de arena,
mientras los relojes se disuelven en risas,
y las sombras bailan en corbatas de tul.

Aquí, en el vasto teatro del absurdo,
donde el sentido se disuelve en espirales de viento,
la realidad es un susurro en la bruma,
y los días son notas en una melodía sin fin.