Bang! Bang! una de las balas atravesó el cráneo del fornido enemigo. Esbozando en su rostro la sonrisa de la muerte, aquel caballero comprendió que no solo era un juego porque había perdido la batalla de la vida.
La asesina, se recolocó la falda, se acicaló el escote y humedeció con la yema de los dedos el carmín sangriento del desventurado, un pintalabios con sabor a muerte.