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La noche se extendía sobre la ciudad como un velo oscuro y frío. La lluvia golpeó la ventana del pequeño Apartamento de Stepha, creando una sinfonía melancólica que se ajustaba perfectamente al estado de ánimo de la joven.

Stepha estaba sentada frente a su computadora, la luz de la pantalla reflejada en sus ojos cansados. Sus dedos volaban por el teclado, controlando a su personaje en Counter-Strike 2, pero su mente estaba ausente. La adrenalina del juego no podía atravesar el velo de soledad que lo envolvía.

Ella ha sido una firme defensora de Counter-Strike desde su creación. Pasó horas, días e incluso semanas sumergiéndose en el loco mundo virtual del juego, formando equipo con amigos, celebrando victorias y lamentando derrotas. Pero algo ha cambiado últimamente. Sus amigos se separaron, cada uno siguió su propio camino. Algunos han dejado de apostar por completo, otros han encontrado nuevos intereses.

Steph estaba sola, luchando contra enemigos digitales en mapas en blanco, repitiendo sus pasos en silencio virtual. La triste música que escuchaba en sus auriculares aumentaba su soledad. Las melodías melancólicas parecían reflejar la tristeza que vivía en su corazón.

Cada victoria sabía a cenizas, cada derrota era un golpe aún mayor para su ya frágil autoestima. Se sentía atrapada en un ciclo interminable de disparos y explosiones, incapaz de encontrar una salida.

Trató de comunicarse con otros jugadores en la Red, pero las conversaciones fueron superficiales, carentes del calor humano que tanto anhelaba. La pantalla parecía burlarse de ella, recordando la distancia que la separa del resto.

La noche se acercaba inexorablemente y la lluvia no cesaba. Stepha se levantó de la silla, sus músculos adoloridos por horas de inactividad. Se acercó a la ventana y miró la ciudad dormida bajo una fina cortina de agua.

Se sentía perdida, como un barco a la deriva en un océano sin fin. La soledad la envolvía como una pesada manta, asfixiándola lentamente. ¿Qué hacer? ¿Cómo salir de esta espiral descendente? Las preguntas pululaban en su cabeza, sin encontrar respuesta a ninguna.

La música triste seguía sonando, un recordatorio constante de su vacío interior. Stepha cerró los ojos con fuerza, tratando de ahogar el dolor que la atormentaba. Pero la soledad era implacable, un enemigo invisible la perseguía implacablemente.