Excelente narrativa, gráficos a la altura de su ambientación, jugabilidad y combate especialmente adictivo. ¿Es difícil? Si lo es, pero cuando aprendes sus mecánicas te recompensa con los combates más hermosos que vas a poder experimentar en un videojuego.

Este no es un soulslike y comparte muy poco con ellos, por lo tanto, es un juego difícil de romper (hacerlo fácil). No existe esa gran variedad de armas, armaduras, escudos o poderes mágicos de otros juegos de FromSoftware. Tampoco tiene creación y progreso del personaje. Aquí solo hay una manera de jugar, basada en el bloqueo para romper la postura del enemigo, lo que significa que los reflejos son indispensables, no solo saber o aprenderse los ataques de los enemigos.

La naturalidad con la cual suceden los combates en Sekiro es consecuentes con lo que el juego es en sí mismo, porque cada click te hace sentir la presión de hacer ese parry perfecto para escuchar el sonido de esos dos metales golpeándose mientras entras en un baile sincronizado con tu enemigo. Así te hacen entrar en la piel del Shinobi y ese nivel de inmersión que me dio Sekiro, me lo han ofrecido muy pocos videojuegos.

Sé que revisitaré Sekiro más de una vez para volver a ese imponente castillo de la familia Ashina con todos los peligros que esconde, caer en la profundidades gélidas del valle sumergido, contemplar la majestuosidad del Palacio del Manantial, volver a la hacienda Hirata para descubrir el pasado del Lobo (Sekiro), observar como los monjes han sido corrompidos por su sed de inmortalidad en el Templo Sempó, volver a tener esa rara experiencia en los Salones de la Ilusión y más viajes que ofrece este videojuego tan único, que pareciera tener su propia alma en medio del monitor y el mouse.