Este no es un juego gratuito. Cada partida cuesta una parte de tu cordura, despojándote lentamente de tu paz mental. Al principio, las pérdidas parecen pequeñas, casi insignificantes, y puedes convencerte de que las consecuencias no son tan graves. Sin embargo, con cada movimiento, cada decisión tomada bajo presión, sientes cómo una fracción de tu serenidad se desvanece. Los efectos acumulativos se hacen evidentes cuando la inquietud comienza a invadir tus pensamientos diarios y tus noches se llenan de insomnio.

A medida que avanzas, las demandas y desafíos se intensifican. Lo que al principio era una ligera molestia se convierte en una carga pesada, erosionando tu estabilidad emocional y dejando cicatrices profundas en tu mente. Te encuentras más irritable, menos capaz de concentrarte, y los momentos de tranquilidad se vuelven escasos. Las interacciones con los demás se vuelven tensas, y te das cuenta de que ya no eres la misma persona que comenzó este viaje; partes de ti se han perdido en el proceso.

Las noches se vuelven más largas, llenas de insomnio y ansiedad. Los pensamientos de duda y remordimiento se instalan, haciéndote cuestionar cada decisión que tomaste. Te das cuenta de que el juego ha dejado de ser una simple distracción y se ha convertido en una obsesión, una prisión mental que consume tu energía y tu bienestar. Cada derrota, cada fallo, se siente como un golpe directo a tu autoestima, y te encuentras atrapado en un ciclo de autocrítica y desesperación.

El arrepentimiento se convierte en tu compañero constante, deseando haber nunca comenzado. Te preguntas cómo permitiste que algo aparentemente inofensivo tomara control de tu vida de esta manera. Lo que parecía un simple entretenimiento se ha transformado en una pesadilla sin fin, donde el precio pagado es tu propia cordura. Al final, cuando ya no queda nada más que entregar, te das cuenta de que has sacrificado demasiado. La sensación de vacío es abrumadora, y te queda solo la esperanza de encontrar una manera de recuperar lo que has perdido.