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Vigomo se despidió del mundo gamer antes de poder terminar Elden Ring y, lo que es más irónico, nunca pudo volver a disfrutar de su amado FIFA. Su historia se convirtió en un recordatorio de que la vida a veces nos presenta desafíos imprevistos, y que incluso en el mundo de los videojuegos, la realidad puede interrumpir el juego de formas inesperadas.
Un día, sus amigos le hicieron una apuesta: debía completar Elden Ring, un juego que despreciaba, para poder seguir jugando a su amado FIFA. A regañadientes, Vigomo aceptó el desafío, dispuesto a demostrarles que su habilidad en los videojuegos no conocía límites.
Sin embargo, Elden Ring resultó ser un desafío monumental para Vigomo. Cada jefe era una prueba de paciencia, y las mecánicas del juego eran todo lo contrario a lo que disfrutaba. Aunque anhelaba regresar al confort de su juego favorito, persistió en la tarea, motivado por su amor por el FIFA.