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Entre esta penumbra tengo la motivacion de hablar de forma elegante e irreprochable
columna por cuello, rematada por una cara que era una luna blanca donde
parpadeaban unos ojos tan grandes y oscuros que sugerían lagunas sin fondo. La
cabellera era de un hermoso color castaño y la llevaba recogida en un amasijo lunático
y fortuito, sujeto por un alfiler lo bastante grande como para ser un espetón para la
carne. Iba ataviada con un vestido que parecía hecho de arpillera. Los brazos que
sostenían el himnario eran troncos. Su tez, cremosa, sin mácula, encantadora. Alejandro calculó que debía de pesar más de ciento cincuenta kilos. De repente se
despertó en él un ansia indominable de poseerla, una lascivia que le hizo temblar; giró
la cabeza y desvió la mirada.