Lo conocí en una sala de juicios, mientras ambos estábamos atrapados en un caso ridículo sobre un gato perdido y una demanda por daños emocionales. Él, un abogado de aspecto impecable, parecía tener respuestas para todo, incluso para los casos más absurdos. Al principio, pensé que era uno de esos tipos que se especializan en disputas sobre recetas de sopa, pero pronto descubrí que tenía una habilidad inexplicable para hacer que todo pareciera plausible. Durante esas eternas pausas entre audiencias, me enseñó a leer entre líneas, cómo ganar un juicio con solo una mirada y, lo más raro de todo, cómo hacer que una pizza se vea como un argumento legal sólido.

Hoy, le debo gran parte de mi éxito a este abogado extravagante que podría ganar un caso incluso si fuera el único culpable. Me alegra saber que ahora disfrutas de tu despacho, rodeado de casos aún más extraños, y tal vez un par de gatos adoptados.

Saludos, maestro del caos legal.