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Corrida infinita. Te sientas en el váter para masturbarte, pero empiezas a correrte sin control. Después de diez chorros, empiezas a preocuparte. Tu mano está pegajosa y apesta a semen. Te metes desesperadamente la polla en un fajo de papel higiénico, pero eso sólo hace que te duelan los huevos. El semen se acelera. Han pasado tres minutos. No puedes parar de correrte. El suelo del cuarto de baño está cubierto de una fina capa de líquido de bebé. Intentas correrte en el desagüe de la ducha, pero se acumula demasiado rápido. Pruebas con el inodoro. El semen es demasiado espeso para poder tirar de la cadena. Cierras la puerta del baño para evitar que el semen se escape. El aire se calienta y se humedece por el semen. El semen se acelera. Te resbalas y caes en tu propio esperma

El semen tiene ahora quince centímetros de profundidad, casi tanto como tu manguera de semen aún erecta. Tumbado de espaldas, empiezas a correrte en el techo. Los glóbulos del líquido blanco y pegajoso comienzan a caer como gotas de lluvia, dándote un tratamiento facial con tu propio semen. La corrida se acelera. Luchas por mantenerte en pie mientras la fuerza del semen empieza a impulsarte hacia atrás como si estuvieras en un tobogán de temática bukkake. Todavía de rodillas, el semen te llega a la altura de la barbilla. Para no ahogarte, abres la puerta del baño. El diluvio de jugo de hombre te recuerda a la Gran Inundación de Melaza de 1919, sólo que con semen en lugar de melaza

El semen se acelera. Han pasado dos horas. Tus hijos y tu mujer gritan aterrorizados mientras sus cuerpos son engullidos por el lodo blanco como la nieve. Tu hijo menor se hunde, con burbujas viscosas y gritos ahogados que surgen de la sustancia viscosa. Suplicas a Dios que ponga fin a tu sufrimiento. El semen se acelera. Aprietas la polla para detener el semen, pero en su lugar empieza a salir por el culo. La sueltas. La fuerza de la corrida desgarra tu uretra, dejando sólo un agujero en tu entrepierna que escupe semen. Tu cuerpo coge velocidad mientras se desliza hacia atrás a lo largo del semen. Atraviesas la pared y te lanzas al cielo a cincuenta kilómetros por hora. A vista de pájaro ves que tu casa está completamente blanca. Tu vecino llama a la policía.

El semen se acelera. Mientras sigue ascendiendo, ves coches de policía que se dirigen a toda velocidad hacia tu casa. Los policías sacan sus pistolas y apuntan, pero las cargas de semen les golpean en los ojos, cegándolos. El semen se acelera. Ahora estás a una altura de 1000 pies. Llega el equipo SWAT. Los helicópteros militares te rodean. Cientos de balas atraviesan tu cuerpo a la vez, pero sigues consciente. Tus testículos se han convertido en un cerebro sustituto. La corrida se acelera. Han pasado dos días. Con tu cuerpo destruido, el semen empieza a salpicar en todas las direcciones. Rompes la barrera del sonido.

El gobierno despliega aviones de combate para perseguirte, pero el impacto de tu semen hace que un avión se estrelle contra el suelo. El gobierno decide dejarte salir de la tierra. Sientes que tus gónadas empiezan a arder al llegar a los límites de la atmósfera. No alcanzas a ver la ISS por poco, y le das una nueva capa de pintura blanca al pasar. Los físicos se esfuerzan por calcular tu errática trayectoria. El semen se acelera. El semen empieza a gravitar hacia sí mismo, formando una estela de semen. Los astrónomos empiezan a llamarte el "Cummet". Estás atrapado en el espacio para siempre, despojado de tu cuerpo y tus sentidos, obligado a soportar una eternidad de corridas. Al final, dejas de pensar.